Al marxismo, tomado como un cuerpo más o menos coherente de teoría política, filosofía y política revolucionaria que se origina en el pensamiento de Carlos Marx, se le ha notoria y típicamente reprochado carecer de una teoría apropiada del futuro estado socialista que se quiere conseguir (Bobbio 1987: 47-64). Tal búsqueda de una alternativa indeterminada, “abstracta”, y formulaica para el presente orden de cosas pierde de vista, en parte, el punto de una concepción de mundo que se pretende materialista histórica y que aspira a nunca descuidar la necesaria relación dialéctica entre teoría y práctica, sujeto y objeto, meta y condiciones de posibilidad. Con mucha razón, Antonio Negri, en respuesta a Norberto Bobbio, plantea:
Nunca es posible especificar cómo funcionarían en la práctica alternativas al capitalismo y la discusión sobre ellas nunca se mueve más allá del terreno de sofismas. La única respuesta verdadera recae en la crítica, la lucha, la alternativa radical: es sólo en movimiento que la naturaleza de la movilidad se revela a sí misma. En fin, en palabras de ‘La crítica al Programa de Gotha’, ‘mientras exista el capitalismo no habrá libertad’ (1987: 127).
Sin duda, lo que se propone en la respuesta de Negri al reproche de Bobbio no es que la teorización política marxista deba dejar de analizar, proponer estrategias y vías, etcétera, para ‘la alternativa radical’, sino que una teoría que reclama ser materialista y dialéctica no puede proponer ninguna solución ready-made para el futuro. La alternativa radical tiene que salir del objeto durante el curso de la lucha y la teorización. Lo nuevo nace de lo viejo, no es algo mecánicamente impuesto desde afuera. En este sentido, el único telos es el objetivo propuesto, la abolición de la explotación de clase. Como comenta Gramsci en sus Cuadernos, el único imperativo categórico en la obra de Marx son las últimas palabras del Manifiesto del partido comunista, ‘¡Trabajadores de todo el mundo, uníos!’.
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