Grupo para la investigación y la acción en la escuela

“Hicimos lo que debíamos hacer": ruptura democrática y violencia política en la perspectiva de la militancia del FRAP

Sergi Sanchiz y Pedro Antonio Amores | 
Publicamos el texto completo de la ponencia que presentamos al Congreso Las otras protagonistas de la Transición. Izquierda radical y movilizaciones sociales (Madrid, 24-25 de febrero de 2017).
Está disponible la versión digital del libro completo con todas las ponencias.

Tradicionalmente, la Transición democrática se ha considerado un período en el que la población, bien por estar desmovilizada políticamente a raíz de los procesos de modernización social y económica acaecidos durante el franquismo, o bien disuadida de la acción política a causa del recuerdo de la Guerra Civil y por la represión, se inhibió de un proceso de transición hacia la democracia que se edificó desde arriba.
Por nuestra parte, y en sintonía con los estudios realizados sobre todo durante la última década, consideramos que “la subversión” tuvo una importancia mayor de la que se la ha querido dar en el proceso de cambio político que fue la Transición: por una parte, como contrapunto a la despolitización que, en efecto, mostraba mayoritariamente la población española como consecuencia de diversos factores relacionados con la dictadura; por otra, porque creemos que, a partir del examen de diversos testimonios orales y de la investigación histórica reciente, es posible aproximar algo más a su auténtica dimensión la incidencia que tuvo la denominada “izquierda radical”, así como algunos elementos que favorecieron su derrota.
Palabras clave: transición democrática, violencia política, ruptura, izquierda radical, FRAP.

Hasta hace unos años, como es sabido, predominó una visión sumamente complaciente -una “cosmetología”, diría Muniesa- del proceso de transición del franquismo a la monarquía parlamentaria. A través de la historia académica, los medios de comunicación y las conmemoraciones institucionales, se ha ido construyendo un relato muy conveniente para los intereses de determinadas elites, no sólo por cuanto glorificaba su papel en aquellos acontecimientos, sino ante todo porque contribuía a legitimar el orden político y social surgido de ellos. Así, una vez más, las necesidades del presente cincelaron la construcción del pasado, entendida como campo de conflictos de intereses diversos.
Una temprana visión crítica del período desde el ámbito académico fue la que planteó Bernat Muniesa -de forma harto contundente-, construyendo una muy bien trabada interpretación cuyo hilo conductor era perceptible en su mismo título: Dictadura y monarquía en España, que aún se haría más explícito en su segunda versión una década más tarde, en torno a La España lampedusiana. No es de extrañar que aquella primera edición sufriera “desdichados avatares” y el absoluto silencio de los medios de comunicación: aquella era todavía una España “transitiva”, pese a la crisis galopante, la corrupción y la “guerra sucia”, y lo más a lo que la izquierda “visible” alcanzaba era a exigir “que se cumpliera la Constitución” [1].
Pero aquellas costuras se han ido abriendo, y en lo que llevamos de siglo multitud de trabajos han venido a subvertir esta suerte de “tradición inventada”, si bien hay quienes han advertido, ante la profusión de investigaciones enfocadas “desde abajo”, de la necesidad de ponderar la perspectiva y no desestimar la importancia de los aspectos político-institucionales del período [2]. Ciertamente, en ello ha tenido mucho que ver el hecho de que la transición sea ya un fenómeno históricamente cerrado; pero lo fundamental es a nuestro parecer, y en coherencia con lo señalado más arriba, el cambio en las circunstancias desde las que se lleva a cabo su estudio. En especial, han sido unos años en los que el régimen surgido de la transición ha venido mostrando sus déficit democráticos y sus limitaciones a la hora de hacer efectivas las promesas de sus próceres; y ello se puso de manifiesto ya antes de la crisis, en torno a los debates sobre la “memoria histórica”, que mostraron a muchos cómo los olvidos transicionales fueron los mimbres con los que se construyó una determinada memoria y una concreta y mal cimentada democracia. La mirada que requiere este nuevo presente, dinamitador de certezas, escudriña, cuestiona y alza el velo de las memorias construidas en la fase precedente. Agotado el “mito de la transición”, se entiende, por tanto, el creciente interés por desentrañar el papel de las diferentes fuerzas sociales en juego, reivindicar el protagonismo de los actores colectivos y rescatar del olvido los proyectos alternativos al finalmente vencedor, para explicar las causas de su derrota.
Con este hecho, central a nuestro juicio, se entrecruzan dialécticamente otras circunstancias, de las cuales no parece la menos importante la irrupción de nuevas hornadas de jóvenes historiadores pertenecientes a la generación de los “hijos de la democracia”: investigadores que, a pesar de haber sido receptores en no menor grado de la versión oficial de la transición -en tanto que ciudadanos-, por lo general han abandonado la glorificación del período practicada por ciertos sectores académicos que han venido actuando como intelectuales orgánicos del régimen del 78. En segundo lugar, por el lado de las fuentes, encontramos una generación de militantes que, al verse con una cierta edad -y en una situación histórica determinada- optan por sacar a la luz sus recuerdos y el balance de su experiencia militante.
Cuando iniciamos este trabajo, pudimos comprobar que muchas de las preguntas, hipótesis y aspectos metodológicos que manejábamos ya habían sido avanzados en diversos estudios más o menos recientes, lo cual es un síntoma de lo fructíferos que han sido los últimos años en la investigación historiográfica y periodística de la “izquierda radical”, incluidos el PCE (m-l) y el FRAP, a partir de los trabajos pioneros de C. Laiz y J.M. Roca. Pese a ello, además del hecho de que los testimonios recogidos nos han planteado nuevas preguntas, hemos considerado que valía la pena seguir profundizando o verificando tales hipótesis –en ocasiones señaladas de manera muy secundaria en el contexto de conclusiones más amplias, o sin hacer explícitas las fuentes en las que se basaban–, para el caso de una organización que constituye la excepción a la trayectoria seguida por el conjunto de esta “otra izquierda”: pues, si esta en general no pasó de invocaciones más o menos retóricas a la lucha armada, el FRAP muestra además la particularidad de haberla abandonado cuando se consideró que el equilibrio de fuerzas era desfavorable a su continuación, a diferencia de otras organizaciones –ETA y GRAPO– que también la pusieron en práctica. Peculiaridades a las que se suma el hecho de haber sido una de las escasísimas fuerzas de la izquierda radical que, pese a optar finalmente por las vías políticas, no se integró en ningún momento en las fórmulas unitarias a través de las que la mayor parte de la oposición antifranquista se adaptó, en un momento u otro, a la nueva situación.
Así pues, el presente artículo pretende adscribirse a una historia que sirva para observar, como indicaba Josep Fontana, cómo se han organizado las personas para combatir los mecanismos de explotación y con qué aspiraciones. Que saque del silencio a los proyectos derrotados, aquellos que cuestionaron el orden que finalmente resultó vencedor y que construyó consiguientemente una memoria a su medida: en el caso de la Transición, se trata de un relato del que quedó excluido, mediante una verdadera damnatio memoriae, todo lo que resultaba incómodo e imposible de integrar, como la República y la “violencia política insurgente” [3], precisamente dos señas de identidad principalísimas del PCE (m-l) y el FRAP. Como señala Domínguez Rama, tal apuesta por la lucha violenta para combatir a la dictadura ha sido la causa de la común visión negativa sobre su actuación [4]. Ahora se trata de “cepillar la historia a contrapelo”, como defendía W. Benjamin, para escarbar en los escombros abandonados al pie de la memoria construida desde el poder.
Actualmente, disponemos ya de algunas investigaciones de la historia del FRAP con carácter científico (C. Laiz, J.M. Roca, C. Hermida, L. Castro Moral, R. Mateos, A. Domínguez, C. Wilhelmi), así como nuevas aportaciones desde el ámbito periodístico (M. Muniesa, J. Catalán Deus) que contienen interesantes testimonios orales. Además, los últimos años han visto la publicación de algunas memorias de militantes, como las de L. Peña, R. Gualino, T. Pellicer y P. Moreno, que también hemos podido consultar para nuestro trabajo [5].

Agradecemos, una vez más, la colaboración y ayuda de todas las personas que habéis contribuido a este trabajo con vuestro testimonio.


[1] MUNIESA, Bernat, Dictadura y monarquía en España. De 1939 hasta la actualidad, Barcelona, Ariel, 1996, y Dictadura y Transición: la España lampedusiana. 2. La monarquía parlamentaria, Barcelona, Publicacions i edicions de la Universitat de Barcelona, 2005.
[2] GALLEGO, Ferran, El mito de la transición. La crisis del franquismo y los orígenes de la democracia (1973-1977), Barcelona, Crítica, 2008, p. 160. ORTIZ HERAS, Manuel, CASTELLANOS LÓPEZ, José Antonio y MARTÍN GARCÍA, Óscar, “Historia social y política para una transición. El cambio desde abajo y la construcción de una nueva autonomía: Castilla-La Mancha”, Historia Actual Online, 14 (2007), p. 115.
[3] Tomamos el concepto de ESCRIBANO, D. y CASANELLAS, P., “El franquismo invisibilizado. La ‘memoria histórica’ institucional sobre la violencia política”, en IBARRA AGUIRREGABIRIA, Alejandra (coord.), No es país para jóvenes. Actas del III Encuentro de jóvenes investigadores de la AHC, Instituto Valentín Foronda, Vitoria-Gasteiz, 2012.
[4] DOMÍNGUEZ RAMA, Ana, “La ‘Guerra Popular’ en la lucha antifranquista: una aproximación a la historia del Frente Revolucionario Antifascista y Patriota (FRAP)”, Àgora: revista de ciencias sociales, 18 (2008), pp. 48-49.
[5] Véase la bibliografía final.


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Somos docentes dialéctico-críticos, disconformes con nuestra realidad profesional, que pretendemos someter a una revisión permanente nuestra propia práctica.
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